V27 / Dura Realidad

La “Realidad” son las cosas que vemos y que existen en el mundo real.


Soy una persona que me fascina observar todo lo que está a mi alrededor, desde la naturaleza, hasta lo más insignificante que uno puede ver; Y una de las cosas que me llama la atención, es cuando tengo que detenerme en la luz roja de un semáforo.


Una vez escuché una alabanza del cantautor Samuel Hernández que dice: “Si ésta almohada hablara, que dirá de mí”. Yo digo: “Si los semáforos pudieran hablar, qué dirían ellos de nosotros”.


El tiempo de espera en un semáforo no es tanto, por lo menos entre un minuto a dos en lo que cambia la luz. Pero, ¿qué muchas cosas vemos y escuchamos, ¡verdad!? En esos momentos notamos personas hablando por teléfono a alta voz, música extremadamente fuera de control y mucha veces hasta vulgar; Familias gritándose unos a otros, gente desesperadas para que la luz cambié, otros siguen adelante con la luz roja donde muchas veces ocasionan accidentes, pleitos, muchos en el consumo de drogas, cigarrillos, en fin, un sinnúmero de cosas que uno se pregunta: ¿Qué está pasando con esta humanidad?


Pero, creo que muchos de nosotros, también somos testigos de las muchas veces que nos detenemos en el semáforo y nos percatamos de cuántas personas hay con letreros de cartón en mano llamando la atención; la mayoría de los jóvenes, unos buscando trabajos que es rara la vez, otros pidiendo dinero para comer, y muchos de ellos que sobresalen especificando que necesitan dinero para el consumo de droga. Algunas de éstas personas, no todas, se hacen pasar por indigentes o fingen estar mostrando alguna incapacidad física o psiquiátrica para “estafar la buena fe” de muchos ciudadanos.


Ahora, ¿qué verdad se encierra en sus vidas? y me pregunto, cómo a lo mejor ustedes se preguntarán: ¿Cuál fue el motivo o la circunstancia que los llevó a muchos de ellos a estar en esa condición?


Recuerdo una vez que tuve que detenerme en la luz porque cambió a roja, pero me percaté que había una joven hermosa con su pelo color castaño, americana, y con un letrero en mano pidiendo dinero. Sentí en mi espíritu decirles unas palabras, la llamé, la saludé y le expresé mi sentir: “Tú no perteneces aquí”. Ella bajó la cabeza y luego me miró y me dijo: “Lo sé, yo era una trabajadora social”. Sus ojos se llenaron de lágrimas, esto impactó mi corazón, pero le dije: “solo hay un camino, Cristo, Él es el camino, la verdad, y la vida, Dios te bendiga”.


En ese mismo entonces, seguí mi camino porque la luz cambió a verde, pero mi corazón iba destrozado al saber cuántas personas como ella hay en esos semáforos con tantas necesidades. Yo pensaba, cuántos empresarios, abogados, arquitectos, músicos, universitarios, ministros del evangelio de Cristo y otros, están como esa jóven que era una trabajadora social; Con tanto futuro por delante y saber que un día estuvieron en la cima y ahora están como mendigos sin poder lograr lo que por tantos años han estudiado o trabajado.


Me pregunté, ¿Cómo era ella como trabajadora social? ¿En que área se desem- peñaba? ¿Qué fue lo inesperado que la llevó a esa vida?


Esto trae a la memoria mi pasado. Una vez, mi vida tocó fondo, pasando un proceso oscuro y doloroso, hiriendo a quiénes más amaba: a mis hijos y a mi familia. Dejé huellas de angustias y desesperación y no en la luz de un semáforo como ellos, pero sí pidiendo dinero y mintiendo para obtener lo que en ese momento necesitaba, esto era, saciar la adicción de un vicio de droga.


Me sentía tan agobiada, mi autoestima estaba destruida, y solo pensaba en la humillación que sentía al salir a la calle para hacer algo que no quería hacer, pero, eso era más fuerte que yo. Imagínate estos indigentes que salen a las calles todos los días para hacer lo que hasta ahora saben hacer, muchas veces hasta sin tener una necesidad.


Quisiera destacar de que no todos los que están en los semáforos tienen una necesidad de droga, alcohol, comida o dinero, pero si te puedo asegurar que muchos de ellos como lo estuve yo en un tiempo dado, estábamos faltos de ser escuchados, de un abrazo, de un te amo y hasta de un palabra de aliento.


La dura realidad no es que ellos estén en la luz de un semáforo pidiendo dinero, sinó, poder entender cuán difícil se les ha hecho a muchos de ellos salir de esa prueba que les ha tocado vivir; y quiénes somos nosotros para juzgar a personas como estas. Te exhorto a que nunca te olvides de donde Dios te sacó.


En esto pensad: “No juzguéis para que no seáis juzgados”, Mateo 7:1. Esto nos enseña a no señalar, y mucho menos a juzgar a los demás. Solo pensar y orar por todos aquellos que están atravesando momentos duros y procesos difíciles, para que Dios en su misericordia se mueva a su favor, transforme las vidas y ellos puedan ser hombres y mujeres de bien.